Rincón Creativo


MI VIDA , UN PUEBLO

Me llamo Elena, nací en 1972, en un pequeño pueblo llamado Búbal situado en Huesca. Cuando era niña, aunque el pueblo fuera pequeño, había muchos niños y vecinos. En verano las famillias de la ciudad visitaban el pueblo, pero al cabo del tiempo, cuando todos fuimos creciendo los vecinos y sus familias se fueron yendo a la ciudad y cada vez venían menos. Al pasar el tiempo el pueblo estaba cada día más vacío. Cuando cumplí los 30 años mi padre se puso enfermo y murió. Yo me encargué de mi madre, hasta el año pasado que envejeció y falleció.
Ahora estoy sola; la última familia que vi fue ayer en la plaza, pero llevaban sus maletas para irse a otro lugar. Hoy al despertarme, solo escuchaba los pájaros y al asomarme a la ventana, me di cuenta de que la gente que se ha marchado no fue capaz de apreciar este pueblo tan especial. Ahora solo me quedan dos opciones, marcharme a otro sitio, o quedarme aquí e intentar salir adelante sola. Aunque no ncesito pensar, porque se que la segunda opcion es la correcta. Los primeros días podré vivir de lo que me quede, pero más adelante tendré que hacer mis propias cosechas y alimentarme de ellas, lo que tengo claro es que no abandonaré este pueblo, y envejeceré y moriré aquí como mis padres. mantengo la esperanza de que algún día este pueblo volverá a ser como cuando era niña.
                                   
Adrián, Laura, Paula, Candela





IDIOSINCRASIAS VERDADERAS 

Es impresionante la rapidez con la que pasa el tiempo. Ves florecer una rama, y antes de que puedas admirar su belleza, todas las hojas del árbol se han marchitado, precipitándose en abundancia sobre la tierra húmeda. Cuán injusto es que algo que tanto anhelo sea irrecuperable. Cuán injusto es que el pasado brille tan intensamente en mi memoria durante esta miserable vejez. Pero, sin duda alguna, lo que más detesto es la soledad. Esa sensación de encontrarse aparentemente olvidado, de notar que todo te abandona como arena seca entre los dedos. Recuerdo que yo era feliz viviendo aquí, en el pueblo. Todos nos conocíamos, todos lo habitantes. Crecimos juntos, superamos el miedo juntos, maduramos juntos. También recuerdo el día en el que me casé. Era un día nublado, pero aún así me encontraba feliz, realmente sentí que merecía la pena vivir. Ahora ella se ha ido al lugar del que nadie vuelve. Ahora, mis amigos de la infancia se han marchado a la ciudad. Incluso algunos de ellos han muerto también. Y mis hijos, mis hijos tienen sus propias vidas, no puedo obligarles a compartir mi melancolía en este sitio. Así que en este momento, soy la última persona que vive en este pueblo. Es una sensación extraña, aterradora, y sobretodo, triste. Podría irme a otro lugar y comenzar una nueva vida, pero me es imposible quitar de mi cabeza la imagen que tengo de mi hogar, y no puedo alejarme de la tierra en la encontré la felicidad. A veces tengo sueños en los que la gente regresa, y se queda, y todo vuelve a la normalidad. Quizás esos sueños se cumplan. Quizás este pueblo vea el sol de nuevo recuperando el esplendor de antaño. Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?

                   

Daichi Martínez Hurtado








Mi pueblo en ruinas


Hoy 18 de septiembre cumplo un año más y como cada día estoy dando una vuelta por el pueblo en el que nací, Búbal, y no puedo evitar que me vengan los recuerdos de años pasados. Es un poco duro, pero cuando llego aquí es inevitable recordar…

Aquella tarde soleada me encontraba en el patio del colegio jugando con mis amigos, el pueblo estaba más vivo que nunca. Las calles llenas de colores y de las melodías de los pájaros.
Mientras crecía veía como la gente se iba marchando poco a poco, desde los que iban a estudiar y encontraban pareja fuera del pueblo, hasta los que por una razón o por otra tenían que abandonarlo. Y ahí estaba yo, viendo como mi pueblo se derrumbaba a mi alrededor, sin poder hacer nada. Con el tiempo, fueron pasando los años y cada vez éramos menos en el pueblo. La gente con hijos se iba marchando poco a poco, cada vez había menos niños, y un día, sin darnos cuenta, la escuela estaba cerrada, ese rincón, en el que yo pasé los mejores momentos de mi infancia. Cada vez que paso por aquí no puedo evitar que se me caiga una lágrima, en este rincón di mis primeros pasos, dije mis primeras palabras y tuve mi primer amor. Ya sólo quedábamos cinco ancianos: Juana, Hilario, Maruja, Dionisio y yo. A Juana e Hilario los llevaron sus hijos a una residencia de Jaén, a Dionisio le dio un ataque al corazón y Maruja se fue a vivir con sus hijos. Y aquí estoy yo, yendo y viniendo todos los días a este pueblecito, recordando cada vez que vengo lo feliz que fui en este lugar.

Diego Vilas, Yedra Peñil y  Eita Martino.

                    El último habitante.

La causa principal de que mi pueblo se haya deshabitado por completo  es muy sencilla, una población de habitantes con una gran mayoría de edad que termina dejando un pueblo abandonado con un solo habitante que soy yo. 


Lo último que haría sería dejar este pueblo en el que nací, si no estuviera solo pondría en marcha  soluciones que llevo pensando  desde hace mucho tiempo. Ahora estoy cada vez más convencido:  saldré en búsqueda de gente para que me ayude a recuperar mi pueblo para que lo disfruten  muchas más familias. 

Algunas de mis soluciones serían estas: buscar gente que me ayude, y tras investigar sobre las pertenencias de las viviendas del pueblo nos ponemos en marcha para mejorar aquellas casas, calles, parques, campos de Búbal, mediante limpieza, pintura, decoración...

Abriríamos de nuevo el bar típico de las tardes en  Búbal. 

Otra idea sería organizar eventos,  como las verbenas de verano, realizar excursiones por los alrededores con los nuevos habitantes ; y así con todo hecho repartiríamos, carteles por las poblaciones cercanas a mi pueblo.

Con mi valentía y con la de mis compañeros pondré en marcha estos procesos cargados de positividad e ilusión;  quiero recuperar mi infancia en poco tiempo , para que muchos niños disfruten de este pequeño rincón cerca de los Pirineos como lo hice yo. 




Alejandra Bode, Lucía Llera, Iván Vallina y Cristian Crespo.


La soledad mas absoluta



Me levanto otra mañana con la esperanza de que algún ser humano me acompañe en este pueblo fantasma. Me lavo la cara y me asomo a las frías y frágiles ventanas, la realidad me consume, será otro día  más en la absoluta soledad, y ya van 264 desde que la familia Gonzales se marchó. Me hago el desayuno y la rutina sigue siendo igual, me visto y salgo a dar una vuelta para agotar mi última ilusión.
Hace 25 días que Chop se ha ido, era una mañana helada e iluminada que se asemeja mucho a la de hoy. Chop y yo salíamos a dar el paseo pero el emprendió un viaje del que nunca regresaría, se ahogó en el embalse sin poder remediarlo. A veces pienso que era su intención. Era mi único compañero en este pueblo solitario.
 Intento afrontar la situación con optimismo, pero cada vez se me hace más difícil. Alguna mañana he pensado en irme, pronto la verdad me invade, sin familia ni amigos…, dónde voy a irme. Intento evadirme de todos los malos pensamientos, pues al fin y al cabo, solo sirven para deprimirse.
Llega el mediodía, después de tanto tiempo solo se cocinar una sopa y un huevo con patatas, mi dieta se basa en esto, ya que no tengo ni conocimientos ni ganas de aprender nuevas recetas.
Por las tardes me siento en la cama y contemplo el pueblo, las casas comienzan a llenarse de hiedras dándole al pueblo un aspecto más lúgubre si cabe. Contemplo las preciosas puestas de sol sobre los tejados, el único consuelo que me queda en esta vida.
Me acuesto temprano después de darme un baño en mi inmensa y acogedora bañera. Tras cenar me voy a la cama y pienso sobre mi vida  con la esperanza de que Chop, mi único amigo regrese.


Carlos González, Alex Porras, Daniel Fernández.

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